Ella

Místicos | 16/12/2021

El tiempo ya le viste canas, la experiencia la ennoblece, su resiliencia la humaniza y su ternura a todos les amansa. Tótem familiar que acumula y absorbe el dolor de su entorno cercano conciliando las diferencias, todo para preservar una armonía, una cómoda estancia en su reposo, en sus normas.

Desde su núcleo más íntimo, desde los primeros esbozos de maternidad, supo sobrellevar responsablemente la crianza de tres hijas, para ella tres luceros que aún permanecen brillantes en su horizonte, ofreciendoles a su descendencia femenina una base granítica, un armazón vital, una vigía emocional que las mantiene a flote sobre un océano espumoso y bravo que a ellas, como a todo mortal, les ha tocado surcar.

Sin lugar a dudas, hay lazos de complejas e intrincadas asociaciones que unen a esta fascinante familia unida, aunque de aldabonazos van bien servidos, pero eso es algo inherente a la condición humana, un gaje del oficio. Ella, animada por una poderosa tenacidad, expande sus alas, incluso forzando las articulaciones, resistiendo el dolor, para guarecer y cobijar a sus hijas y como no, a su marido.

En ella se ejecutan con maestría unos valores inculcados desde antaño por las personas de buen corazón. Gracias a ello, nuestra especie tiene ejemplos en los que desarrollar su porción más amistosa, ese surgimiento de amabilidad que es necesario en las sociedades para un buen grado de felicidad, paz verdadera y común.

A algunos les parecerá obvio, a otros delirante, y a muchos más diarrea verbal en forma de corazón con aromas de lavanda ecológica. A los últimos que les den, simplemente, sin remordimientos. Para mi todo lo que ella significa y magnifica es la Virtud arquetípica, virtud que se desliza amorosa por el transcurrir de las generaciones, poder transformador que une a los semejantes, el mitlied de Schopenhauer, la unidad.

Por suerte o por desgracia ella se convirtió en el soporte de la familia, en indispensable conglomerado de capacidades, una ardua tarea que, aún hoy, sigue desarrollando como una heroína. Su cuerpo encorvado, las arrugas irregulares que su rostro adquiere, únicas e irrepetibles, son su huella, su sello distintivo, un marcador de evolución, de sabiduría perenne.

Pobre del que crea, del que piense que su vida es un desperdicio, una vida común y típica de una mujer de su época, pobre del que opine de esa forma tan superficial. Hoy, más que nunca, es necesario loar a los que sin duda se lo merecen y no por haber conseguido triunfos de gran magnitud. Alabanzas de reconocimiento apoyadas en un sin fin de gilipolleces creadas en estos tiempos, en estos días de abundante cantidad de panegíricos absurdos. No. Hay que loar a esos hombres y mujeres que sostienen con dignidad todo lo que es farragoso pero necesario, esos valores universales que nos quieren hacer creer que se deben ir difuminando, escondiendo incluso. Un exceso de individualismo nos aboca a perder de vista la realidad para muchos desgraciada de la inseparable ligazón, interconexión que nos une a cada una de las vidas que abundan en este bello planeta.

Ella me lo recuerda con su mirada, con sus gestos, no le hace falta comunicarse con nadie para que el interpelado perciba el abismo que en ella se vierte, se abre, abismo inmenso donde albergar todos los sufrimientos, todas las penurias para llorarlas y dejarlas libres y desvinculadas de nuestra alma. En ella se retuercen y transfiguran los sentimientos más bajos y densos para devolvértelos purificados y libres de la maldad, maldad que en todos anida, maldad que puede y debe ser cercenada con el apoyo incondicional de la tribu arcaica, de, como dirían los cátaros, les bons homes.

Acabo mi fugaz chispa de agradecimiento, en mi, débil impulso por la temperatura muchas de las veces bajo cero de las vísceras, asemejándome a un ser sin emociones. Seguro que por diversos factores lo dicho tiene una pátina realidad, lo asumo, me preocupa también, pero trato de humanizarme de otros modos más propicios a mi manera de ser.

Es lo bonito de la diversidad en tantos y tantos ámbitos que nos diferencian pero, a la vez, esas distancias nos llevan a un grado de tolerancia óptimo para disfrutar con los prejuicios mermados, del camino, del mundo y las oportunidades que este nos brinda, nos expone, eligiendo constantemente si nos dirigimos a la luz o hacia la oscuridad. Ella enseña, como el Popol Vuh también, que cuando tengas que decidir entre dos caminos elige el que tenga corazón. El que elige el camino del corazón no se equivoca nunca.

El progreso en el que yo creo no se basa exclusivamente en la técnica, nuevo mito pergreñado por el capitalismo inhumano. No, aparte de ello se debería de haber fomentado desde el comienzo del consumo irracional y la mercancía hecha grial, un substrato de valores y ética fundamentales que contrarstara con la injusta barbarie impuesta del consumo o muerte.

Y se nos olvidó poner al mismo nivel el progreso económico con la dignidad de las personas y, más aún, hacer tomar conciencia de la necesidad de cuidar de aquellas irreductibles y singulares vidas que se van descomponiendo en un anonimato psicópata, arrinconadas por su falta de producción, esas personas que crearon a fuerza y tesón, la posibilidad de que gocemos de unas comodidades tales para que yo escriba, por ejemplo, tranquilamente sobre ello.

Gracias a todos ellos, gracias Carmen y gracias de nuevo a todo aquel que, leyendo esto, quiera mejorar y dejarse de memeces, olvidando inmediatamente todos esos rencores que no valgan la pena. Que complicado es ver la viga en el ojo propio.

Buen viaje.