Arte de altura

Místicos | 09/09/2022

¿Y si las nubes descendieran como aviones de papel mal doblados?

¿Qué sentiríamos en la confusión? ¿Cómo nos comportaríamos cuando la razón se nos extinga?

Si esos nubarrones donde cabalgan sin riendas nuestros anhelos, tomaran tierra algun dia, obviamente yo me acercaría al más rechoncho de ellos, lo abrazaría con la intención de que se me llevara de vuelta hacia las alturas.

Que alegría deslizarse como ellos solo saben hacerlo, inmutables a nuestras refriegas terrestres, ellos sí que son sabios, con el don de la belleza flotante, de las formas ilimitadas.

Siempre están rodando por algún rincón, abarcan toda la superficie de nuestro mundo, sombreándolo, obligándonos a levantar la vista y extasiarnos.

La lentitud falsa con la que percibimos desde nuestra perspectiva la velocidad parsimoniosa de las nubes viajantes es la ilusión mítica de los primeros astrólogos, de los ojos antiguos que escrutaban las estrellas, la inmensidad.

Nubes en jirones moteando el paisaje cambiante, reteniendo la atención de los poetas, los niños, los duendes.

Extensiones relajantes, amplios surcadores de la estrellada red de espacios conectados por la atracción, la gravedad, el amor inabarcable que las sustenta en un reposo levitacional.

Su circulación sedada, esa persistente innovación fisionómica, creatividad inminente a cada soplido, sin neuronas, solo con el proceder, el devenir dejándolo actuar, sin resistirse a los imprevistos que las deforman y disgregan, las multiplican en partos estratosféricos, hace de su paso precavido un surtido al alcance de gozos eternos, de percepciones artísticas desde que el hombre se pregunta el porqué, qué significado intrigante nos quieren comunicar los cielos y sus inquilinos.

Cada día ellas revolotean sobre nuestras cabezas, atentas por si algún mortal les ofrece un guiño, un poema, una palabra prendada, lunática.

Desean que las observemos para fertilizarnos la imaginación y de un salto metafórico llegar hacia ellas con el poder del arte, de la risa, de la inocencia perdida, con el espíritu elevándose hacia su patria, desde donde podrá sentirse Dios de nuevo.

Mirar esas nubes, recordad que siempre estarán ahí, nunca nos dejarán solos y sin su influjo, no nos defraudarán. Cuando la tristeza te abrume o la soledad te encoja el alma, tu visión puede buscarlas y dejarte llevar como ellas lo hacen desde que nuestro astro rocoso comenzó a sentirse solo, desde que el mar primigenio hervía de vida, con las nubes presenciando el acto de la creación, el momento culminante de nuestra historia como parte de un todo que avanza, hacia otro lugar en el que espero que las nubes sigan siendo testigos de nuestras incertidumbres. Que siempre el cielo las mantenga, que siempre nuestro corazón las intuya, que siempre haya alguien que decida pararse y mirar como ahí arriba están las respuestas, ahí arriba comenzó todo.

Las nubes simbolizan la impermanencia, nos subrayan sin aspavientos ni rencores que todo cambia, todo es finito y tratar de aferrarse como nos han enseñado a hacerlo, es un error fatal.

Buen viaje.