El disturbio infinito

Místicos | 11/10/2020

Me sabe a disturbio esta vida que, continuamente danzando vertiginosamente, parece que no acabe por alcanzar su mejor coreografía.

Me sabe a disturbio el acomodado diván social que nos amodorra y eviscera, incluso trepanándonos la poca materia gris y estéril que nos queda.

Me sabe a disturbio la impotencia paralizadora que, con implacable poder, nos esclaviza y convierte en malditos súbditos que, arrastrándonos y gimiendo, se nos asetea para mantenernos así más debilitados y zombificados.

Me sabe a disturbio el despiadado engranaje que sutilmente nos infecta desde los más altos poderes que gozan de libertad de proyectar todos sus más horribles deseos de depravación.

Me sabe a disturbio el sinuoso sendero que se nos brinda, con la poca posibilidad de abrir nuevos caminos más acordes con la importante dignidad que, recluida en los abismos, acaba por desfallecer.

Me sabe a disturbio ese remiendo estéril que configuran los déspotas desde sus atriles y que no comprendo como la superficie prostituida de mencionada estructura no ha sucumbido por pudrición, por las diminutas trazas de heces ponzoñosas que reciben de las berborreas demoníacas de sus aparatos fonadores.

Será que el disturbio es inherente a esta nuestra existencia; será que, ya desde un buen principio, actuó el disturbio en los primeros coletazos de precipitaciones de partículas que, movidas por el llamamiento a la síntesis de nuevas estructuras materiales, se agruparon y estallaron en el gran y cósmico disturbio universal.

Quién sabe, puede que, a golpes de disturbios azarosos, esta vida avance y prosiga hacia algún lugar recóndito del futuro más próximo y delirante.

Asumamos esta caricatura cosmológica que nos desautoriza para poder predecir cuál será el próximo disturbio que nos introducirá de nuevo en esta vorágine de incoherencias.