"Dramatitzación de una primera convulsión" por Oliver Palmero.

Místicos | 25/10/2020

De repente un sismo, un movimiento poderoso de las placas de grupos neuronales, el incremento exponencial de sintaxis me cosquillea la cabeza por dentro, la vibración transportada al exterior transforma las concatenaciones de procesos normales en singularidades en extremo complejas, inauditas, traviesas.

El sudor rápido empapa mis sienes y la parte hundida debajo de mis ojos. No entiendo qué sucede pero algo va mal, mi alrededor es diferente, todo ha cambiado, estoy en éxtasis nervioso y taquicárdico, el corazón registra un récord en su descabellada velocidad por seguir irrigándome el cuerpo con sangre asustada. Los pulmones, muy saturados, pitan y burbujean de espanto, mis labios secos claman por hidratarse, el temblor desequilibrante de la total infraestructura que me sostiene en pie va a más, y me consigue abatir.

Ya en el suelo, con el abdomen refrescándose por la superficie húmeda con sedimentos grumosos que me punzan y hieren por presión partes de mis lípidos maltratados por falta de dieta, asumen la misión de disminuir mi poca comodidad que me quedaba ya. La mandíbula se me va paralizando y anula la deglución requerida para que la saliva acceda a la laringe.

Mi gato se acerca y me lame cuidadosamente el líquido sobrante que no puedo mantener ya, el esfínter anal, antes sujeto con esfuerzo involuntario, cede y derrama residuos innobles. Al estar boca abajo, van llegando a los testículos la degradante y templada viscosidad que rezuma de la parte más sólida de mis excrementos, eso me hace decaer más los ánimos.

De repente los malditos espasmos llegan en el mejor momento... La primera sacudida me abre una brecha en el pómulo izquierdo. La sangre brota, el gato lame. Estoy aterrado, intento llamar a mi compañera de piso, pero solo consigo producir un mísero aullido deprimente que no sirve ni siquiera para ahuyentar el indómito gato.

Estoy condenado.