Novela: "Un padre, vida, notas y consejos postfunebres"

Novela: "Un padre, vida, notas y consejos postfúnebres". | 21/01/2022

Obrar llorando.

Su vista enfoca el zócalo cerámico azul cielo que le cercaba los pies mientras obraba en su impoluto excusado. La faena hacía dos minutos que flotaba en una oscuridad casi total, una oscuridad que solo se debilitaba por la parte anterior del donut acomodaticio que recibe rutinariamente la presión del trasero rasurado de su dueño. La mínima porción de luz que conseguía atravesar esa zona tan intima, se veía obligada muy a su pesar a iluminar una traviesa mata de pelo recio y rizado que embellece por la parte superior a modo de flequillo el pene en estos momentos flácido de Gabi.

El peaje era espantoso, la bombilla que cuelga del techo sin ninguna estructura que la decore, a secas, desnuda, en el diminuto lavabo de Gabi, va perdiendo toda su dignidad conforme atraviesa el sexo rústico e irregular, para finalmente morir en la culminación material de los procesos digestivos.

Gabi toma consciencia de su inmovilidad, pero no se decide aún a levantarse y condena a los fotones que irradian desde la bombilla a seguir presenciando una escena deplorable. La materia fecal que espera pacientemente a que el tsunami la transporte hacia un sin fin de posibilidades va poco a poco perdiendo pedazos por la penetración en su interior del agua en la que reposa.

Con la curiosidad arcaica de todo humano, echa velozmente un vistazo a la parte de lo que ya hace cinco minutos que lentamente va desgranándose y, al ver un tropezón no digerido de pimiento rojo que se desprende como un barco al soltar sus amarras del puerto, un llanto imparable le golpea el pecho y llora con las manos apretadas al rostro.

Ya son diez los minutos que Gabi yace sentado. Acabadas las lágrimas, su vista se alza alcanzando un punto del todo anodino de la estancia. Con el mentón caído y dejando que la musculatura de la mandíbula descanse, observa la esquina superior derecha por la cual pasa el cable blanco y grueso del calefactor que hace días que dejó de funcionar.

Esa imagen lo atrapa durante cinco eternos minutos más y ya suman en total unos quince desde que la mierda descendió verticalmente y se introdujo por la fuerza de la gravedad en un agua que contenía la micción de Aurora, su mujer, un orín que fue arrojado en horas intempestivas en un estado rozando el sonambulismo.

Gabi presintiendo que no es necesario limpiarse por la textura compacta que ha notado su esfínter, se levanta, se sube el pantalón y se lava las manos.

Con la sepsis finalizada, va derrochando un leve aroma a árbol del té y, apoyado en la pica, mientras el espejo redondo sin marcos le devuelve su imagen, Gabi desecha un grito rabioso y duradero que el asustado objeto romo recibe malhumorado. El material inerte y reflectante, ofendido por tal falta de decoro, se defiende creando una fina película de vaho para protegerse del perturbador y violento acceso de ira del maleducado tipo que le incomoda.

La puerta sin pestillo por la relación tan cercana que les une a los dos es golpeada tímidamente dos veces. Aurora, su mujer, está preocupada.

Ella comprende el aullido monocorde que Gabi acaba de realizar, piensa que está más que justificado. Pero cree oportuno interesarse por el estado emocional de su pareja que, justo en ese momento tan cotidiano y entrañable de la mañana, cuando todo el bolo alimenticio de la noche anterior y su reposada transfiguración en lo que vulgarmente llamaríamos mierda ha terminado su estancia por los vericuetos más intrincados del organismo humano y pide su liberación, justo en ese momento, a Gabi le sonó el móvil y tuvo que redirigir su rumbo apretando ligeramente el abdomen para conseguir inmovilizar el contenido del intestino grueso, acudiendo a la cocina donde sonaba su IPhone 6.

Con la precaución de todo hombre poco dado a la comunicación verbal, echó un vistazo rápido para ver si la llamada podía ser ignorada, pero en la pantalla salía escrito "Residencia". Cogió el maldito teléfono y la interlocutora, sin rodeos, le comunicó una realidad para la cual nunca se está preparado.

Su padre de ochenta y seis años ha fallecido de un infarto de miocardio.

Al colgar y sin ningún cambio aparente en su fachada, imagen de un hombre de mediana edad vestido con un pijama de manga larga a cuadros, colores verde y blanco, sin calcetines y con la cabellera desfigurada, redirigió su rumbo de nuevo. Mientras pasaba por el pequeño comedor, Aurora, desde una mesita saboreando el primer café del día, le preguntó que con quien hablaba. Su respuesta fue concisa y pertrechada en continuo movimiento voluntario hacia dónde se dirigía antes de la funesta noticia.

—Ha muerto.

Aurora dejó el café, con los lagrimales en plena efervescencia observando el paso decidido e inalterable que Gabi efectuaba en el recorrido del comedor hasta el baño. Aurora pudo ver como en el trayecto la goma destensada del pantalón viejo del pijama de su pareja iba cediendo por el bamboleo que las caderas necesitaban efectuar para el normal movimiento locomotor de los seres bípedos. Cuando Gabi accionaba con la mano derecha el picaporte que abría la puerta, con la otra le fue necesario agarrarse el pantalón y tirar hacia arriba para que no se le cayera. La mano destinada a guardar un mínimo de pudor ante tal acontecimiento no llegó a tiempo y le regaló a su mujer la imagen parcial de su trasero antes de que el lavabo se lo tragara por más de quince interminables minutos de confusión.

Aurora cuando perdió de vista la distorsionadora imagen de su hombre con la hucha al aire y acabada de ser asediada por una desgracia, tuvo un revoltijo de emociones que le contrariaba y le compungieron. Cerciorándose que ella necesitaba ir también al baño pero no sabia que decir al entrar, la situación se le complicaba por momentos. Su vejiga deseaba evacuar cuanto antes y sabía que su marido se hallaba en esos momentos cagando y comenzando un duelo ineludible. A los diez minutos de seguir sentada con la taza de café enfriándose y su marido secuestrado, sus muslos se organizaron, cruzó las piernas y entornando la espalda hacia adelante para esconder el pubis, trató de esperar un poco más a que Gabi acabara cuanto antes.

En el momento que Aurora se levantaba para afrontar uno de los acontecimientos más extraños de su vida, escuchó el grito sostenido de Gabi y entonces fue rápidamente a golpear con los nudillos en la puerta.

Por parte de su marido no hay más respuesta que un apagado "espera".

Ella, avergonzada, responde que lo siente muchísimo pero que necesita urgentemente orinar.

Se produce un silencio de muerte, nunca mejor dicho, que dura unos cinco segundos los cuales a Aurora le parecen muchos más y Gabi reacciona tardíamente de forma severa. —¡Joder Aurora que se ha muerto mi padre!

—¡Y yo me estoy meando, coño, ábreme!

Gabi con un tono más enfarfullado: —¡Déjame un momento que abra la ventana y se ventile que aquí no se puede respirar cariño y a ver cuando compras otro puto calefactor!

Aurora henchida del valor que le imprimía la posible explosión mortal de necesidad de su órgano inflamado, opta por entrar con furia al lavabo y, al toparse con los ojos llorosos aún de Gabi, lo abraza tiernamente pero sin descuidar lo que en ese momento era lo más necesario, mear. El abrazo de Aurora es toda una compleja asociación de movimientos consecutivos. Conforme un brazo rodea el cuello de su marido, el otro con suma delicadeza va descendiendo su pantalón más su tanga y todo ello con el arrastre forzoso de su pareja hacia abajo para que, mientras ella orina, puedan los dos estar abrazados.

Cuando Gabi se percata de la estratagema pueril de Aurora, trata de zafarse al menos mentalmente, pero no llega a ofrecer la óptima resistencia que los hubiera dejado en un punto intermedio y con la ingrata posibilidad de que su mujer se orinara en tierra de nadie. Al fin la escena es conmovedora: de base se encuentra el desecho de Gabi que es moldeado por la acción percutante del chorro a presión que la vagina dispara, convirtiendo en un queso gruyere al amasijo viscoso. Por otro lado, la bombilla que aún sigue irradiando fotones se dignifica de nuevo gracias a la opaca espalda de Gabi que no deja que se iluminen los aparatos sexuales de la pareja, lo que hace que la luz se recomponga del susto y el habitáculo adquiera un contraste más acicalado. Y, como broche final al carrusel escatológico, el hecho de que alguien le esté abrazando mientras mea en la deposición que acaba de depositar, le va creando a Gabi un velo psíquico que le otorga el poder de incluso reírse mientras llora, sabiendo que su padre aún está caliente por dentro.

La absurdidad de todo ese conglomerado de sensaciones podría haber iluminado en un sentido místico el alma de Gabi, lo que él aún no es consciente de ello. Al fin, después de la finalización de un abrazo tan indefinible, con Aurora más relajada y la síntesis de nuevas sustancias químicas que el tsunami acuático se lleva para siempre, Gabi le reprocha a Aurora.

—¡Puto asco!