Suicidio de un ácaro

Humor | 11/10/2020

La piel le supura, lentamente consigo, con mis extremidades casi atómicas, llegar a la zona deseada y en la que culminaré mi existencia a base de proteína muerta.

Estoy muy contento por haber encontrado una presa tan debilitada y con abundantes folículos pilosos para sostener mi minúscula vida en pie con dignidad.

Ya casi estoy llegando a las vértebras lumbares con la piel tupida de deliciosas partículas oxidadas por el catabolismo celular. Sustancias que parecen clamar que las desintegre, que me nutra con ellas, que las disfrute, amén.

Estoy excitado por este momento de mi vida, demasiado alegre para mi gusto, me crea ansiedad y no acabo por finalizar la total desintegración de una sola partícula muerta. Voy pasando de unas a otras como un ser enloquecido por tanta belleza.

Recuerdo a mi pobre madre que murió penosamente por el movimiento rápido y conciso de la pata trasera derecha de un setter irlandés, ella se encontraba veraneando en la oreja del perro.

Ella siempre me decía de pequeño: acábate el plato sinó, no habrá postre!

Y aquí me veo, sin respetar las normas de una madre muerta, alimentándome sin cesar, sin acabarme el primer plato y pasando al segundo. El deseo me puede y neutraliza el poco raciocinio adquirido por la propia biología y las leyes morales de mi madre. Ella siempre quiso hacer de mi un ácaro demodex elegante y correcto.

Comienzo a desesperarme por estos recuerdos. Empiezan los gases y se me está haciendo pesada la micro digestión. La memoria me abrasa la conciencia y lloro... Sí, ¡lloro! Los ácaros demodex también lloran. Lo siento madre, lo siento.... Mi padre nos abandonó muy temprano pero, en fin, no se merece ni el nombramiento.

La culpa me corroe y me incita a la inanición voluntaria. Centenares de acaritos orgullosos ventilan mi ser inerte con el paso de sus cuerpos alegres.