Una lágrima nueva

Místicos | 24/08/2022

Vaya vaya, conque al fin la ciencia nipona da la razón a todo aquel que pensaba que su perro sentía más de lo que la mayoría de la gente cree. Lágrimas, lágrimas en los ojos, no tantas como nuestra fisiología humana nos hace extraer de vez en cuando pero, al fin y al cabo, lágrimas son. Ahora se demuestra que los perros también se emocionan y lloran de alegría o de pena.

La oxitocina es la culpable, una hormona muy importante sobre todo a la hora del parto y de amamantar en los mamíferos, hormona que compartimos con nuestros amigos de cuatro patas y que el organismo de los dos utiliza de igual modo. La naturaleza siempre hilando de lo más fino.

Recuerdo varios vídeos que se hicieron virales hace años de perros que "lloraban", llenándoseles los ojos hasta desprenderse un par de gotas que se deslizaban por el maxilar superior del animal.

Recuerdo también el escepticismo que, al ver esos vídeos, se creaba en la mente de los espectadores. Yo era uno de esos incrédulos que se oponía a una excesiva humanización, a aceptar que el perro que se presentaba en el vídeo realmente lloraba como nosotros entendemos lo que implica la acción de llorar.

Siempre surge una defensa antropocentrista que, de una forma posiblemente instintiva y psicológicamente utilitaria, hace que nos cueste asimilar que los animales tengan tal capacidad como la nuestra que los hagan poseedores de aquello que a nosotros nos distingue y nos diferencia y, lo mas importante, nos sitúa por encima de ellos.

La singularidad humana es incuestionable, solo hay que echar un vistazo a todo lo que hemos creado con ayuda de nuestro pequeño cerebro, bueno, más bien con la colaboración de un buen numero de cabezas eficazmente pensantes que nos han hecho progresar desde nuestros primeros esbozos como sociedades nómadas a sedentarias.

Gobekli Tepe, Pirámides de Giza, Stonehenge, Taj Mahal, la muralla China y un buen centenar más de construcciones que quitan el hipo.

Lao Tse, Sócrates, Avicena, Roger Bacon, Immanuel Kant, Isaac Newton, Albert Einstein y toda una retahíla de inteligencias que condicionaron el mundo.

Yo no dudo que el ser humano como especie despuntó del reino animal hace millones de años y ahí están las cavernas que lo demuestran. Refugios naturales donde nos resguardábamos y sin lugar a dudas trascendimos con el arte como bandera, con la creatividad impulsada por una mitología primigenia surgida del contacto directo entre el hombre y su entorno, un principio de sacralidad totalizadora que desembocó en una serie de ritos y tradiciones, en un conglomerado que se transformó y evolucionó con el tiempo y ahora recibiría el nombre de cultura.

Un avance sorprendente de la imaginación humana presionada por la constante e ineludible sensación de curiosidad que allende el tiempo debieron de sentir nuestros ancestros ante la novedad continua y sus interpretaciones, sus experiencias.

Me gustaría saber qué pensarían sobre los sueños, como se tomarían esas imágenes borrosas que por la noche les desconfigurarían la comprensión limitada de sus vidas.

Volviendo al redil y pidiendo perdón por la exaltación de mi querida especie humana (dependiendo del prisma escogido para mirarla) y su destreza para adaptarse a todo tipo de situaciones adversas, volvamos a esas lágrimas que los perros llevan humedeciendo sus ojos desde no se cuantos cientos de años.

Me viene a la cabeza Laica, esa perrita Rusa que la Unión Soviética envió al espacio. Perros que se abandonan y lloran sin ser vistos, solos. Perros que sufren las agresiones de sus dueños. Perros que sin rumbo avanzan buscando un final agradable, un amigo, alguien que detecte que él también llora y sufre. Perros utilizados y arrancados de su corta existencia con una cuerda atada al cuello. Perros débiles, sustraídos para ser utilizados de sparring cruelmente. Perros sometidos a la dureza de entrenamientos psicópatas para convertirlos en animales agresivos para despedazar a sus semejantes. Perros sin casa que vagabundean por cualquier lugar del planeta que debe ser urbanizado y fueron disparados por hombres que no sabían que lloraban como ellos.

Un despropósito histórico sin duda, pero ésta es la cara menos amable de nuestra especie, nos gusta dominar, eso está claro. Y a más de uno le gusta observar como el fruto de su dominio sobre cualquier víctima viviente se cristaliza en una mueca de horror que sufre el que es agredido, me imagino que son defectos, rémoras, atavismos siniestros.

Sigamos.

No nos olvidemos de donde viene el perro, que ahora dulcemente sueña en millones de cómodas camitas, en casas con el agua y la comida asegurada, espero que con el amor de sus dueños también. Son hijos de los lobos mas intrépidos que decidieron asumir un gran riesgo y husmear cerca de nuestras aldeas, ellos primero nos eligieron a nosotros, nosotros luego los domesticamos para beneficiarnos de sus capacidades innatas y ahora, convertidos en animales de compañía, disfrutamos conjuntamente de un lazo invisible que cada vez se acorta más, que se desdibuja y quién sabe si con el paso de tiempo acabará por desaparecer, fusionándonos y sintonizándonos con un vínculo más complejo, más poderoso, más profundo con nuestros ángeles de la guarda.

Las religiones siempre han tratado de encontrar ese sentido cósmico, ese significado oculto detrás de lo material y visible, el porqué de la vida, hacia dónde nos quiere llevar el eterno destino...

¿Será posible que esté ya inscrito en alguna parte, en los genes para los más racionales o en las estrellas para los más quijotescos (donde yo me incluyo), que estemos hechos para aseverarnos de la conciencia colectiva, de la urdimbre que nos encaja inefablemente con un espacio infinito, incluyendo la propia tierra, Gaia y todos sus moradores? La silbante presión de un vendaval levantisco, la energía solar que percuta en el rocío agarrado a una flor silvestre, la voz de un niño que rasga el tiempo y el espacio, el crepitar seco de un fuego antiguo que alumbra la oscuridad, el orden disciplinado de un banco de peces bailando al son del pálpito marino, la lágrima que se precipita desprendiéndose de su mitad cayendo delicadamente sobre un hombro consolador, la mirada de un perro moribundo que en su último suspiro vital te alecciona más que cualquier inteligencia filosófica...

¿Llegará un día en que nos cercioremos de una vez por todas que el universo conocido y los rincones más incógnitos sin conocer son proclives a un llanto sideral que aún no oímos pero que desde las lejanías más insospechadas se barrunta en el horizonte? ¿Llegará?

Y como puntilla final, ya que de japoneses viene el descubrimiento, una frase del Sintoísmo: "Ningún proceso de la Naturaleza puede ser malo"

Buen viaje.